Parece que hace un mundo, pero tan sólo 10 días antes de que se decretase el estado de alarma y el confinamiento, el pleno del ayuntamiento del Prat aprobó por unanimidad una moción que rechazaba la intención de AENA de alargar la tercera pista del aeropuerto para aumentar su capacidad.
Han pasado 14 meses, y el mundo ha cambiado mucho. Los efectos de la pandemia se han hecho notar de forma dramática en muchas familias y también los negocios han sufrido un impacto enorme, con un panorama incierto para el sector servicios y, concretamente, para el turismo.
Sin embargo, AENA vuelve a la carga e insiste en la necesidad de hacer crecer el aeropuerto del Prat, una infraestructura que, recordemos, ocupa el 50% de nuestro término municipal.
No parece importarle a AENA que el tráfico aéreo haya descendido hasta niveles mínimos, que los consistorios del Prat y Barcelona se hayan posicionado en contra del proyecto, que la Generalitat lo cuestione ni que la Comisión Europea haya advertido del riesgo medioambiental que supondría la ampliación. Se esgrime que Barcelona perdería competitividad respecto a Madrid si el aeropuerto no creciera, un argumento poco justificado.
El Plan Delta de 1994 fue fruto de un acuerdo entre administraciones y establecía que el aeropuerto no crecería más. La cuota de solidaridad de nuestra ciudad con el país está sobradamente demostrada, y si todos los argumentos son en contra, ¿cómo se justifica la destrucción del patrimonio natural para ampliar una infraestructura?
La solución pasa por fortalecer el sistema intermodal catalán y trabajar en red. En recuperar el consenso y en acordar con el territorio. En abandonar el autoritarismo aeroportuario y buscar fórmulas imaginativas.